viernes, 23 de diciembre de 2016

Querido Olentzero

Querido Olentzero,

Un año más, 23 de diciembre. Día extraño. Un año más en el que nos repetimos a nosotros mismos que lo importante es tener salud cuando no nos toca ni dinero atrás en la lotería de Navidad. Un año más en el que nos estresamos y salimos en busca de los últimos regalos para la tan próxima Nochebuena. Llevo teniendo el mismo déjà vu varios años. Y qué queréis que os diga, me encanta.

No sé qué especie de especial sustancia tiene el aire estas fechas, que la gente se transforma. Tal vez sean las luces en las calles y no el aire. Pero algo hay. Vecinos reacios a dar los buenos días durante todo el año, ahora son capaces de fingir una sonrisa, por muy mal que les caigas, para decirte "felices fiestas", "feliz Navidad", "feliz año" o cualquier otra frase inventada para esta época. Esos familiares a los que no ves en todo el año (no porque vivan en Alemania, sino porque nadie hace por verse), que se presentan en casa de la abuela con regalos para todos y una lista mental con comentarios preparados desde casa, con el objetivo de sonrojar a todos los presentes. Los niños pequeños, portándose como angelitos para que Olentzero no les traiga carbón. Y la ilusión reflejada en sus caras cada 25 de diciembre a las 8 de la mañana, despertando a toda la casa, porque debajo del árbol está el coche de bomberos o la muñeca que habían pedido. Todo eso, para mí, no tiene precio.

Ojalá alguien cambiara el calendario y fuera siempre Navidad. O que los científicos descubrieran esa especie de especial sustancia que tiene el aire y lo recetaran los médicos. Pero yo quiero que los vecinos sean capaces de fingir una sonrisa todos los días del año en el corto trayecto que dura el ascensor. Y que los familiares se dejen ver más a menudo. Y que los niños se porten bien, no sólo en Navidades. Querido Olentzero, yo no quiero regalos este año. Yo quiero, en un frasquito, el espíritu navideño, para ir compartiéndolo con los que lo necesiten. Si no, habrá que esperar otro duro año, a que la gente se vuelva a estresar porque ha dejado las cosas para el último día; a que se vuelvan a dar cuenta, gracias a un sorteo que atrae a las personas como la luz a las mariposas, de que tienen salud; o a que saquen del baúl el disfraz de buena persona, que tan al fondo guardan el 7 de enero, cuando se van las luces de las calles junto con la especie de especial sustancia del aire.

Si no fuera posible ese frasquito, me conformo con salud.

Atentamente,
JP

martes, 20 de diciembre de 2016

Carta a mi yo del futuro

Te escribo esta carta porque estoy más próximo a este 2016 al borde de su ocaso que tú, y es probable que me acuerde yo mejor ahora que cuando tú la leas. No ha sido el mejor de los años, la verdad; sin embargo, siempre hay cosas positivas que sacar. Esa ha sido nuestra filosofía a lo largo de mi vida, y espero que siga siendo la tuya. Porque como descubrió nuestro yo del pasado hace un par de años, siempre amaina el cielo en Canarias por muy nublado que haya amanecido.

En primer lugar, quiero pedirte que tengas paciencia en 2017. Las cosas se torcerán, como se han torcido este año, el anterior y muchos otros. Paciencia. Siempre se puede girar la cabeza hasta verlo del punto idóneo, lo sabes de sobra; no lo olvides. Y en el peor de los casos, siempre vas a tener a los tuyos ahí para levantarte si te caes.

Espero que sigas luchando por lo que quieres, que sigas disfrutando con lo que haces. Que no decaigas, porque habrá mucha gente esperando ese momento y querrán verte caer. No les des ese placer. Cuando tengas esa sensación, recuerda quién eres, de dónde vienes y a dónde vas. Y acuérdate también de recordárselo a tu yo del futuro, lo necesitará.

Ten presente que los recuerdos son gula, no alimento. Esta bien recordar, disfrutar de ellos; pero de recuerdos no se vive. Las huellas del camino se van marcando, pero no son las huellas las que te muestran dónde ir, sino de dónde vienes. Y tal vez mirándolas descubras hacia dónde estabas yendo, pero tendrás que ser tú quien siga marcando la travesía.

No dejes de sonreír, aunque haya gente que lo pretenda. Cuanto peor estén saliendo las cosas, más debes poner en el otro lado para contrarrestar. La risa se contagia, y nada te gusta más que ver a los de alrededor alegres. Mientras tengas esto claro, estoy seguro de que todo irá sobre ruedas.

Ah, y se me olvidaba. No discutas mucho con mamá. Se seguirá equivocando a menudo, te seguirá tratando como si tuvieras 10 años y te seguirá controlando en exceso. Te aviso para que lo tengas en cuenta y tengas paciencia. Ella cree que es lo mejor, y se irá dando cuenta poco a poco de que hace tiempo que dejaste de ser un niño. Pero todavía parece que no lo ha asumido. Entiéndela. Y cuando ellos hagan algo mal, y recuerdes una bronca enorme que te echaron a ti hace tiempo, que parecía el apocalipsis, por hacer exactamente lo mismo... trágate tus palabras. En serio, déjalo ir. Sabes pasar de sobra, hemos ido aprendiendo a lo largo de nuestra vida a hacer oídos sordos. Haz un esfuerzo y olvídalo.

Espero que vaya todo bien. Tengo plena confianza en ti, pero te escribo esta carta porque una ayuda nunca está de más, y nunca sabes si la necesitarás en un futuro. Seguiremos en contacto.

Sé fuerte, JP

domingo, 11 de diciembre de 2016

Los tres amores

Era un joven de buena familia. Bien educado, con buenas formas y respetuoso con el mundo. Solía llevar una blusa de cuadros, por encima de una camiseta blanca de algodón. Dicharachero como nadie, siempre de buen humor y reluciendo esa dentadura tan perfecta como nívea. Su barba, dejada al mismo tiempo que bien cortada, le daba un aire aún más amistoso. Su nombre era George.

Sin embargo, había algo con lo que George siempre flaqueaba: las mujeres. Su gran asignatura pendiente. Las malas lenguas comentan que fue maldecido por una bruja al nacer, para que repeliera a toda joven que se interesara por él, y en cambio, fuera detrás de cualquier mujer que se mostrara reacia a sus encantos. Él, en cambio, seguía convencido de que la mujer adecuada llegaría por sí sola, en el momento oportuno, y sin necesidad de ser buscada.

Desde pequeño tuvo que comportarse como un adulto, pues su padre partió en un barco del muelle del pueblo, cuando él apenas tenía 6 años. Se fue en busca de su sueño, surcar los 7 mares y conocer mundo. No obstante, dejó de lado su otro sueño: su esposa y madre de George. Esta se había negado a acompañarle, pues su pequeño hijo tenía toda una vida por delante que disfrutar. Él juró que volvería, y cada día a la salida del ocaso, ella se dejaba ver en el banco que daba al lugar por el que todos los barcos regresaban. Todos, menos el que ella tanto ansiaba.

Los años pasaron, y el joven George creció con ellos. Un día gris de otoño, de esos que él tanto odiaba, su madre enfermó de gravedad. George no se separó de ella ni un segundo. Sin embargo, poco pudieron hacer ante aquella tragedia. A los pocos meses, murió. Al incinerarla, George sabía de sobra lo que haría con las cenizas.

Fue una tarde de marzo, cuando se acercó al muelle, y decidido, las esparció por ahí, para que su alma siguiera viviendo en el lugar que se había convertido en su segunda casa. George había perdido un trozo de su vida con la marcha de su madre, y cada tarde acudía al banco, seguro de que desde ahí sentía a su madre un poco más cerca. Cada noche, no fallaba. Ya lloviera o nevara, el no tan joven George asistía a su cita con su botella de vino, el mar, y la luna.
Tal fue su rutina durante años, que acabó por enamorarse de las tres compañeras. La luna, que dejaba de lado a las estrellas por escuchar sus plegarias; el vino, que desatascaba sus sentimientos y emociones y los sacaba a flor de piel; y el mar, que seguía manteniendo viva la llama de la esperanza, de que su padre volviera en algún barco, y su madre pudiera por fin descansar en paz.

Los años siguieron pasando, y acabó por volverse loco. Ató su locura a ese muelle, y vivió ahí los días que le quedaron. Fue una mañana posterior a una noche de plenilunio, cuando los vecinos del pueblo lo vieron ahogado en el mar. Se sospecha que fueron sus tres amadas las culpables de su muerte: él trató de beberse la luna reflejada en el mar, y el vino lo traicionó. Puso fin a una vida trágica gracias a sus compañeras de los últimos años. Las que consiguieron que se reuniera con la única mujer que amó a lo largo de su vida. Las que consiguieron que por fin fuera feliz. Descanse en paz, camarada, que el muelle seguirá cuidando de sus amores por el resto de los días.

JP

martes, 29 de noviembre de 2016

Diferente

Aunque tú no lo sepas, no soy como los demás.

No me gusta ver la tele a todas horas, no me gusta escuchar sólo las listas de moda de Spotify, no me gusta adoptar una forma de pensar. No. Me gusta leer, me gusta debatir, me gusta tocar la guitarra. Que prefiero un atardecer en buena compañía que una noche de fiesta. Que las chicas que me gustan a mí no suelen ser las que le gustan a todo el mundo. Que no, que no soy como los demás.

Soy indeciso. No decido qué ponerme hasta dos minutos antes de salir de casa. Y me gusta serlo. Porque las decisiones que se toman cuando no tienes otra opción más que actuar deprisa, suelen ser las más sinceras. Es por eso que mis amigos todavía se sorprenden cuando, al abrir mi armario, descubren que guardo mi bufanda junto a las camisetas que este verano paseaban por Benidorm. O que mis gafas de sol y mi gorra no se muevan de su sitio. Porque siempre espero un día de esos soleados que rompan con la monotonía de las grises y oscuras jornadas otoñales. Y porque todos los otoños sale algún día de esos en los que el sol brilla con más fuerza y te deja ver el verde que la lluvia ha ido consiguiendo, los suelos llenos de hojas secas, las bajas temperaturas contrastadas por un cielo color azul intenso.

Me gustan las películas. La mayoría. Porque todas tienen algo que contar. Hay películas reales como la vida misma, con las que te sientes identificado y recuerdas momentos de tu vida; me gusta esa sensación. Otras, en cambio, proyectan mundos fantásticos de seres imaginarios, y alejan tu mente de la tan indeseable rutina. Y hay otras que, simplemente, te divierten. Y te ríes hasta llorar.

Me gusta la magia. Me gusta creer en el destino, en que todo sucede por algo. Pero a la vez, me gusta creer que somos capaces de controlar nuestro camino. Ahora que se acerca el sorteo de Navidad, la gente trata de encontrar el boleto ganador, cuando no saben que el verdadero premio no sale de un bombo enorme, ni que por tener ese boleto se ha sido afortunado. La fortuna es conocer a esa persona a la que no le guste ver la tele a todas horas, que le guste hablar de todo y de nada a la vez. Que guarde la ropa de verano junto con la de abrigo. Que le gusten todo tipo de películas. Y que crea en el destino. Porque aunque yo pueda pensar que sea un descubrimiento sin previo aviso, tal vez la historia venga de más atrás.

Mucha gente no entenderá este post. Lo siento, no soy como los demás.

JP

miércoles, 9 de noviembre de 2016

La culpa es nuestra

Y es que la culpa es nuestra. Suena duro, suena triste, pero es así; la culpa no es de nadie más que nuestra.

2016 es un año que pasará a la historia. No como un año bisiesto, ni como el año de los Juegos Olímpicos de Río en los que Michael Phepls se coronó como el mejor de la historia, ni como el centenario del hundimiento del Titanic, ni como el año de después de Regreso al Futuro. No. El 2016 será recordado por las brillantes decisiones tomadas por los humanos. (He marcado con cursiva -un tipo de letra- la palabra "brillante" para que se note la ironía, no vaya a ser que con el declive de la educación en nuestro país los pocos que leerán este post no logren comprenderlo.)

El Brexit, esa decisión tomada por británicos que no tenían idea alguna de las consecuencias que eso traería. Las segundas elecciones en España, donde el Partido Popular sacó aún más escaños que en las anteriores. Estoy convencido de que tienen una apuesta interna en el partido, donde la gente propone calamidades y ven hasta dónde les aguanta la gente. "Quitémosles sanidad, educación y aumentemos la deuda. Seguro que con eso explotan. ¿Todavía no? Pues sigamos robando dinero público. ¿Aún nos siguen votando? Yo que sé... subamos el sueldo al presidente, organicemos la LOMCE, Bárcenas, ley del aborto... ¡lo tengo! Pongamos como líder a alguien que sólo diga sandeces." Tienen que estar flipando, en serio. Bueno, cuatro años más. Por lo menos ahora sin mayoría absoluta. Ya nos encargaremos de dársela en las próximas.

Y ahora, el señor Donald Trump presidente. Ese magnate multimillonario, racista, xenófobo, machista que ocupará su sitio en la Casa Blanca (yo creo que también juega al juego del PP). Nos queda el consuelo de que ningún presidente cumple luego su programa, porque de lo contrario... agarrémonos que vienen curvas. Ah, por cierto, duda que se me viene a la cabeza: ¿por qué este señor, sin experiencia alguna en la política, ocupa el mayor cargo del país más poderoso del planeta, mientras que aquí para ser contratado necesitas tener menos de 40 años, haber estudiado tres carreras y dos másters, y tener experiencia?
Seré yo, que con la educación recibida no me llega para comprenderlo. Nos quejamos de la LOMCE, pero... ¿acaso alguien se ha parado a pensar que el sistema que tenemos ahora tampoco funciona? Hablo desde mi experiencia personal. He terminado mis estudios obligatorios y Bachillerato, y siempre siguiendo el mismo esquema. Ibas a clase para ver cómo un inepto te leía lo que había escrito en un Power Point, te enfrentabas a exámenes en los que se premiaba más la memoria que la inteligencia, y tomabas apuntes de lo que un señor te fuera dictando. Claro, mucho mejor ese sistema que el de la LOMCE. Y luego nos sorprendemos de que pasen esos acontecimientos de los que me quejo en este post. En fin.

Nelson Mandela dijo una vez: "la educación es el arma más poderosa para cambiar el mundo". Y es precisamente lo que quieren que no consigamos. La gente tiene miedo a lo desconocido, por eso mientras tenga para comer y un sitio donde vivir, les da igual que se sigan riendo de nosotros. Qué razón tenía Karl Marx, cuando predicaba que hasta que el individuo no se viera sin nada que llevarse a la boca no sería capaz de pegar dos tiros. Hasta entonces, sigamos permitiendo que los de siempre se lucren a nuestra costa, sigamos memorizando fechas inútiles, sigamos tweeteando que no entendemos cómo es posible que en Estados Unidos sean tan estúpidos. Porque eso sí, por las redes sociales damos a entender que somos nosotros los inteligentes. Y no lo somos. Y la culpa es nuestra. Sólo nuestra.

JP

miércoles, 2 de noviembre de 2016

Planes

El muchacho se tumbó en la cama. Estaba destrozado. Había sido un día duro y su cuerpo le pedía a gritos un descanso. La universidad captaba la atención de sus neuronas, y al salir de clase apenas le quedaban fuerzas para un esfuerzo físico. Sin embargo, él nunca dejaba de sonreír. Cuando las cosas se ponían crudas, sacaba del almacén la careta de niño feliz que años atrás había cosido él sólo, utilizando los palos que le había ido dando la vida, y tiraba para delante. Para todo el mundo él sólo era el niño feliz que siempre estaba alegre, pero poca gente sabía lo que se escondía tras toda esa fachada.

Mirando al techo de su habitación, se puso a pensar. Le chiflaba pensar. En sus amigos, en su familia, en el universo, en situaciones hipotéticas, en chicas que le gustaban, en átomos, en deportes, en proyectos... la cosa era no tener nunca la cabeza vacía. Ese día tocaba el tema "futuro". Tenía ya 23 años, estaba a punto de terminar la carrera. Ya, ¿y luego? ¿Qué le depararía la vida? Siempre había creído que en su vida pasaría algo que la cambiara por completo: que conocería a la mujer de su vida en un choque fortuito al salir de clase, que inventaría algo que haría que no tuviera que preocuparse por el dinero nunca más, que viviría en una casa inmensa... Y la vida pasaba y pasaba, y ningún giro llegaba. Seguía viviendo en el barrio de siempre, saliendo con los mismos amigos de siempre, y gestionando su dinero como había hecho siempre. "Ya llegará", pensaba.

Y de repente, su lista de Spotify le bombardeó con una canción de Marea. Se la sabía de memoria, ¡claro que se la sabía! Pero nunca la había interpretado como entonces. Decidió no seguir esperando a ese "giro". Se había cansado ya, como en su canción se cansó la mula de la noria, el espejito de sentirse tan opaco, el lapicero de comerse las historias, y el calabobos de las nubes de tabaco. En definitiva, se cansó de esperar a su sueño despierto. Decidió quemar la careta que tenía y empezó a sonreír de verdad. Decidió sentirse afortunado de lo que tenía, de sus amigos, de su familia. Y decidió comenzar a vivir. Llegaba 23 años tarde, pero siempre se ha dicho: más vale tarde que nunca.

JP

lunes, 31 de octubre de 2016

Tiempos modernos

La princesa esperaba en la torre más alta del castillo a que un joven, fornido y de buena familia, acudiera a su rescate: su príncipe azul. Los días se volvieron semanas, las semanas meses, mientras aguardaba ese momento, pues desde que fuera secuestrada años atrás por el temeroso dragón, sus jornadas se resumían en mirar el bello horizonte que se dejaba ver tras la ventana de su ordenada habitación. Poco más tenía que hacer en esa alcoba, sin conexión a Internet ni televisión. Apoyada en el alféizar de la ventana, se tocaba su liso y fino pelo, no fuera que uno de esos mechones rubios le quitaran una pizca de visión del paisaje.

Un buen día, la princesa oyó un ruido procedente del exterior del castillo. Sobresaltada, se despertó y acudió al momento a observar qué sucedía ahí fuera. Un muchacho apareció a lo lejos; no le fue difícil identificarlo, pues este llevaba un chubasquero amarillo fosforito y unas zapatillas Nike de color rosa. "Qué tan destacadas prendas vestís vos, ¿no, príncipe?", preguntó sorprendida la princesa. "Sí, es que soy runner. Pero tranquila, yo te salvaré de ese temeroso dragón."

Los decibelios empezaron a subir, pues a lo lejos, un puñado de mujeres con pancartas y carteles gritaban con locura. "Claro, tú tan macho que eres vas a rescatar a la princesa, que al ser mujer es del sexo inferior, está atrapada, ¿verdad?" se oyó de una de las integrantes. La princesa no daba crédito a lo que veían sus ojos. "Las mujeres somos capaces de defendernos nosotras solas", exclamaba otra.

El dragón, indiferente ante los gritos de la muchedumbre, lanzó una llamarada que calcinó a gran parte de los manifestantes. A su paso, ese grito ígneo se llevó consigo varios árboles, que empezaron a arder en llamas cual fogata de San Juan. No pasaron ni 5 minutos cuando un helicóptero de GreenPeace apareció por el norte. "Acabamos de ver en stream la llamarada que has lanzado. Este es un espacio protegido, por lo que usted señor Dragón Tenebroso ha incumplido la ley 28/3 aprobada en el año 2009. Tendrá que venir con nosotros a comisaría." El dragón gritó más fuerte aún, destrozando el helicóptero. Los pocos manifestantes que quedaban vivos sostenían nerviosos sus smartphones, sacando fotos a la situación y subiéndolo a las redes sociales.

La princesa, con su incredilidad ante la situación que estaba viviendo, decidió arrojar su corona por la ventana, quitarse el vestido que le llegaba por los suelos y ponerse unos vaqueros. Sacó del cajón de su mesilla de noche un paquete de Chesterfield, y sacando uno de los cigarrillos, lo aproximó hasta una hoja a punto de desintegrarse por las ascuas, y comenzó a fumar, mientras veía al príncipe estirar, las feministas twittear, y el dragón destrozar lo que hasta ese día había sido su reino. "Este mundo no está hecho para las princesas de los cuentos", pensó.

JP