miércoles, 2 de noviembre de 2016

Planes

El muchacho se tumbó en la cama. Estaba destrozado. Había sido un día duro y su cuerpo le pedía a gritos un descanso. La universidad captaba la atención de sus neuronas, y al salir de clase apenas le quedaban fuerzas para un esfuerzo físico. Sin embargo, él nunca dejaba de sonreír. Cuando las cosas se ponían crudas, sacaba del almacén la careta de niño feliz que años atrás había cosido él sólo, utilizando los palos que le había ido dando la vida, y tiraba para delante. Para todo el mundo él sólo era el niño feliz que siempre estaba alegre, pero poca gente sabía lo que se escondía tras toda esa fachada.

Mirando al techo de su habitación, se puso a pensar. Le chiflaba pensar. En sus amigos, en su familia, en el universo, en situaciones hipotéticas, en chicas que le gustaban, en átomos, en deportes, en proyectos... la cosa era no tener nunca la cabeza vacía. Ese día tocaba el tema "futuro". Tenía ya 23 años, estaba a punto de terminar la carrera. Ya, ¿y luego? ¿Qué le depararía la vida? Siempre había creído que en su vida pasaría algo que la cambiara por completo: que conocería a la mujer de su vida en un choque fortuito al salir de clase, que inventaría algo que haría que no tuviera que preocuparse por el dinero nunca más, que viviría en una casa inmensa... Y la vida pasaba y pasaba, y ningún giro llegaba. Seguía viviendo en el barrio de siempre, saliendo con los mismos amigos de siempre, y gestionando su dinero como había hecho siempre. "Ya llegará", pensaba.

Y de repente, su lista de Spotify le bombardeó con una canción de Marea. Se la sabía de memoria, ¡claro que se la sabía! Pero nunca la había interpretado como entonces. Decidió no seguir esperando a ese "giro". Se había cansado ya, como en su canción se cansó la mula de la noria, el espejito de sentirse tan opaco, el lapicero de comerse las historias, y el calabobos de las nubes de tabaco. En definitiva, se cansó de esperar a su sueño despierto. Decidió quemar la careta que tenía y empezó a sonreír de verdad. Decidió sentirse afortunado de lo que tenía, de sus amigos, de su familia. Y decidió comenzar a vivir. Llegaba 23 años tarde, pero siempre se ha dicho: más vale tarde que nunca.

JP

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