lunes, 24 de abril de 2017

¿Puede uno acostumbrarse a la felicidad?

Hoy me planteo una pregunta que se ha colado entre mis pensamientos. ¿Puede uno acostumbrarse a la felicidad?

El ser humano es ambicioso por naturaleza. Siempre queremos lo que no tenemos, y una vez lo conseguimos deja de tener la misma importancia. No creo estar equivocado en eso, la verdad. Ahora mismo, yo me encuentro bien. Podría tener ciertas cosas que no tengo, pero estoy bien. Mi duda surge al pensar en... ¿qué pasaría si mi felicidad dependiera de eso que no tengo?

Pues la verdad es que al principio sería todo maravilloso, idóneo. Pero, como ya he dicho antes, por naturaleza, empezaría a querer otras cosas, y por consiguiente, basar mi felicidad en eso. Entonces mi felicidad ya no depende de aquello que tanto anhelaba, ansiaba. Me he estabilizado en esa "felicidad" que ya no trato como tal y la busco en nuevos retos. Pero no he dejado de tener aquello que una vez llamé "felicidad"; lo sigo teniendo, pero me he estabilizado, acostumbrado.

Sin embargo, es probable que en algún momento, eso que en su día traté como "felicidad" desaparezca, lo pierda o simplemente se vaya. Será ese momento en el que tendré que dejar la búsqueda de mi nueva "felicidad", y volver sobre mis pasos a ver qué es lo que me hacía realmente feliz. Y sólo entonces me daré cuenta de que no sabes lo que quieres algo hasta que dejas de tenerlo.

Y eso no es ser ambicioso, sino caprichoso. Perdón, es ser gilipollas. Pero bueno, todo se aprende con la experiencia, dicen. Al igual que eso de que lo mejor se encuentra fuera de la zona de confort, o que no sabes cuán fuerte eres hasta que ser fuerte es tu única opción.

Lo único que espero es que aquello que pierda, que me de experiencia, no sea tan grande como para arrepentirme el resto de mi vida. Porque tan malo es tomar una decisión equivocada como no tomar ninguna.

JP

domingo, 9 de abril de 2017

Felicidad, ¿eres tú?

Ayer metí el triple más importante de mi vida.

Se me hace raro centrar un texto entero en un momento que duró menos de 3 segundos reales. Sin embargo, puedo asegurar que la sensación no fue tal. Como el interminable viaje de regreso tras unas estupendas vacaciones, como el suspiro previo a una acción importante. Ese tiempo que parece cargar con un saco de piedras, incapaz de avanzar a un ritmo normal.

Pues así fue. Había soñado con un momento parecido toda mi vida. La perfecta película con final feliz, proyectada en mi mente cada noche antes de conciliar el sueño. Con el partido en un puño, a falta de poco más de un minuto, recibí un pase en una posición adecuada. Miré a la canasta mientras me elevaba en el aire, a la vez que el balón subía por mis brazos hasta encima de mi cabeza. Mis oídos dejaron de escuchar. La gravedad dejó de empujarme hacia abajo. Sólo estábamos la canasta, el balón y yo, tras la caprichosa línea a 6,75 metros del aro. El balón seguía su curso hacia el objetivo, mientras yo no era capaz de quitarle la vista. Lo miraba con deseo, con ilusión, con confianza. Lo miraba con entusiasmo mientras me repetía a mí mismo, "sí, sí, sí, ¡¡¡¡¡entra!!!!!", haciendo fuerza al corcho que sujetaba mis emociones adentro.

Y entró. Mi sentido auditivo volvió en sí. Escuché a la gente gritar. La gravedad me devolvió al suelo. Estaba dentro, y los 3 puntos habían subido al marcador. Me giré, con el banquillo en pie por completo, y apreté mis músculos todo lo que la adrenalina dio de sí. Tenía ganas de llorar, de reír, de saltar, de gritar más allá de lo que mis cuerdas vocales pudieran soportar. Más tarde, un poco más calmados todos, me puse a recordar el momento en el bus. Ya no tenía que preocuparme por dirigir nuevas películas, porque sólo con recordar lo vivido en el partido mi sonrisa llamaba a mi cara.

Una sensación extraña sigue invadiendo mi cuerpo cuando recuerdo esa escena. Tal vez sea eso lo que la gente llama felicidad. Y tal vez sea efímera. Sólo espero que esa efimeridad dure mucho, mucho tiempo. O que, al menos, de esa sensación.

JP