miércoles, 24 de enero de 2018

Operación

Es increíble cómo cambia la situación de un paciente a punto de ser operado. Aguarda tranquilo, rodeado de gente querida, en esa habitación del hospital a la que no le falta de nada. Sus pulsaciones son normales, su mente no piensa en que nada pueda salir mal, e incluso tiene buen aspecto. El escenario perfecto.

Hasta que, de pronto, una enfermera se presenta en su habitación con una camilla y le dice que ya está listo para bajar a quirófano. Tras unos cuantos consejos, le monta y, a partir de ese momento, el paciente únicamente ve el techo blanco del hospital, que pretende transmitir tranquilidad y candor. Demasiado tarde; el pánico ya está sembrado. Las hasta ese momento calmadas pulsaciones aceleran cual corredor en los juegos olímpicos, y millones de dudas inundan su mente.

Y llega a la operación, le duermen la zona a tratar y le dan tranquilizantes que ahogan todas sus preocupaciones. Al terminar, le mandan a un cuarto de reanimación, donde fruto de la adrenalina y los nervios, mezclado con una buena dosis de calmantes, cae redondo hasta que le llaman para avisarle de que va a ser trasladado a la habitación de nuevo. Una vez en la habitación, rodeado otra vez de su gente querida, apenas se entera de nada porque sigue conmocionado, e inconscientemente disfruta de las últimas horas antes de que la anestesia deje de hacer efecto y el dolor invada su cuerpo. Esa primera noche será mortal para el paciente, ya que apenas podrá dormir y pensará más de la cuenta.

Supongo que, al final, estar enamorado es un proceso parecido. La zona tratada no duele hasta que todo termina, y a pesar de tener el apoyo de los tuyos, apenas puedes apreciarlo porque sigues conmocionado. En ocasiones sólo ves blanco, un blanco que te ciega el futuro próximo, y te roba la calma y seguridad que habías tenido hasta la fecha. Piensas que tu mejor terapeuta será una copa, y que en el fondo de ese vaso estará la medicina que te saque del pozo. Efecto anestésico, pero mucho más breve que el médico. Por las noches, el dolor volverá, como vuelven los hijos a casa tras el curso escolar en el extranjero, como vuelven los malos vicios que parecían olvidados, o como vuelven las estaciones tras un largo año sin ellas.

Porque ya lo decía Sabina, se tarda en olvidar 19 días y 500 noches.

Y pensarás más de la cuenta, antes de que consigas sumergirte en un breve sueño, que seguirá siendo breve hasta que se pase el efecto de la operación...

o del desamor.

JP