domingo, 5 de marzo de 2017

El señor de las historias

Un viejo proverbio chino dice que los patos siguen a su líder por la forma de su vuelo, no por la fuerza de su graznido. No averigüé eso en un viaje a Pekín, sino que fue un anciano de mi barrio, de los de boina, bastón y puro, quien me lo enseñó. Fue ese anciano de boina, bastón y puro, quien me hizo ver que el león y el tigre son para todos los reyes de la selva, y sin embargo es el lobo quien no trabaja para el circo.

Sabe más el diablo por viejo que por diablo, dicen. Y aquel señor era sabio, vaya si lo era. Tenía el don de compartir historias que aportaban aprendizajes, a la vez que todos los presentes disfrutaban del relato. Utilizaba los animales como metáforas, y siempre conseguía hacer reír a los que necesitaban un escape a su vida cotidiana, de una forma o de otra.

Pero un repentino día, de los que nadie espera, aquel viejo hombre de boina, bastón y puro desapareció. Se marchó y nadie supo nada más de él. Aún me pregunto qué sería de aquel buen hombre los últimos días de su vida. Tal vez pensara que el pequeño barrio ya había oído todo lo que él tenía en su recámara. Tal vez murió pensando en la tristeza de los pájaros al descubrir lo lejos que estaba la luna y lo imposible de llegar allí. O tal vez, simplemente, decidiera partir con la intención de seguir soplando la llama de la inquietud que lo mantenía con vida.

Yo tuve la suerte de compartir muchas noches de larga conversación junto a él. Aprendí mucho, y sobre todo, me divertí mucho junto a él. Es por eso que mi mirada siempre apunta al cielo al caer la madrugada, cada noche, preguntándome dónde está aquel viejo señor de boina, bastón y puro. Es por eso que, cada noche, rezo con todas mis fuerzas por que aquel buen hombre consiguiera mantener viva su llama tanto como para haber conseguido enseñar algo en otra parte del mundo.

Aprendí mucho de aquel señor. Tenía razón Fran Perea, mis cuentos no hablaban de historias hechas de casualidad. Y está claro, mucho de lo que sé se lo debo a él. Porque una golondrina no hace primavera, pero él puso en mí una bandada entera. Cada noche, en el mismo sitio, nos hacía disfrutar con todas las cosas que nos tenía que contar. Sólo espero que en sus últimos días, los patos no olvidaran que su verdadero líder no se caracteriza por la fuera de su graznido. Sólo espero que en sus últimos días, las jirafas se dieran cuenta de quién es el verdadero rey de la selva. Sólo espero que aquel hombre de los de boina, bastón y puro sepa que le seguiré buscando cada noche, al caer la madrugada, en las miradas que apuntan a la luna, manteniendo viva la esperanza de los pájaros por alcanzarla.

Gracias por tanto.

JP

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