jueves, 30 de marzo de 2017

El loco

Me encantan los barrios pequeños. Esos en los que la gente se conoce, aunque no hayan intercambiado una palabra en su vida, pero saben perfectamente que se trata de aquel que estuvo saliendo con la mejor amiga de su compañera de clase en primaria. Esos barrios en los que conoces a la perfección al mesero de detrás de la barra del bar al que siempre vas con tus amigos a ver el partido de fútbol.

Yo crecí en uno de esos barrios. Y, por suerte, viví una infancia en la que las calles estaban repletas de niños peleando por su espacio en la plaza para jugar con el balón. Y que, cuando llegaba la hora de ir a casa, ni la más trágica elegía jamás escrita podía expresar esos sentimientos. Hoy en día, no creo que los niños experimenten esa sensación, ya que al llegar a casa seguirán conectados vía internet.

Y como en todos los barrios, había un loco. Esos que de pequeño te daban miedo, luego te hacían gracia, y por último acababas por no tratar con él. Recuerdo uno que conocí cuando yo era mucho más pequeño, que decía que se iba a comprar un barco y que surcaría los siete mares. Entonces tendría unos 70 años. "A su edad no debería estar para tantos trotes", pensaba yo.

Hace un par de días lo volví a ver. Con mis apenas estrenados 20 años de edad, y mientras mi cabeza se llenaba de recuerdos al verle con la misma visera, puse mi mejor sonrisa para preguntarle qué tal le iba. "Acabo de volver de un largo viaje por las islas griegas", contestó con aires triunfantes. Lo había conseguido aquel hombre. Y en el camino a mi casa, pensé si sería verdad o se lo había inventado, o era fruto de su demencia; de todas formas, sea cierto o no, bendita locura la suya. El tiempo no ha pasado para él.

Porque detrás de cada gran locura, hay una gran verdad.

Y nada sabe peor que aquello que nunca probaste.

JP

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