jueves, 2 de febrero de 2017

La familia Johann

El frío invierno volvía a la comarca. Un año más por estas fechas, todas las familias del poblado se refugiaban en sus casas, junto a la chimenea, mientras oían al abuelo contar sus historias. Si la cosecha había sido buena, no necesitaban trabajar durante esos meses en los que el hastío se apoderaba de los más jóvenes, mientras los adultos reponían fuerzas para volver al trabajo una vez las temperaturas volvieran a ser positivas.

Sin embargo, en la familia Johann los recursos no estaban preparados para mantener a los siete miembros de aquel pequeño hogar apartado del pueblo, por lo que no existía ninguna clase de descanso. Sus terrenos ya no eran igual de productivos que antaño, y cada invierno eran temidas las enfermedades que este traía consigo de la mano, pero más vale poco que nada. El del año anterior se había llevado al abuelo, y el hermano mayor sobrevivió a duras penas a una fuerte neumonía. Morir de frío o morir de hambre, no había otra elección.

Al llegar el ocaso, la jornada de trabajo había acabado, y el joven Tom Johann volvía a la casa cuando fue sorprendido por un viejo hombre de túnica gris, sombrero elegante y pipa en la boca. Su pelo largo y liso, tan blanco como la nieve que se disipaba tras la montaña, insipiraba confianza.

-Duro el día en el campo, ¿eh, muchacho? -Tom ni siquiera hizo amago de contestarle- Espera, joven. Conozco la situación de tu familia. Yo puedo sacaros de la pobreza en la que vivís.
-¿A cambio de qué? -respondió desconfiado.
-Verás, chico... yo hace tiempo que perdí a mis seres queridos. -el frío de la comarca acababa donde empezaba su triste y profunda mirada- Heredé una fortuna de mi padre, pero me queda poco tiempo de vida, y no tengo con quien compartirla. Por lo menos moriré feliz, sabiendo que una familia ha salido de su desdichada situación gracias a mí. No tienes que darme una respuesta ahora. Volveré mañana a esta misma hora, a este mismo lugar. Entonces me podrás decir si aceptas mi oferta, o la declinas.

Se despidieron sin una respuesta clara, pero aquel viejo hombre de túnica gris se marchó seguro, con la firmeza que otorgan los años y la experiencia. El joven Tom regresó a casa pensativo. No podía ser tan bonito, algo tenía que haber por detrás. No obstante, no tenía elección. Dejar atrás la vida del campo era algo con lo que siempre habían soñado. Tras comentarlo en casa, todos explotaron de alegría. Todos, a excepción de la hija menor, Sara, que mantenía sus emociones aparcadas, como de costumbre, y sus ojos azules como el mar sólo expresaban un suspiro de preocupación.

A la tarde siguiente, el viejo hombre de túnica gris y pelo blanco regresó a ese mismo lugar con un caballo y su correspondiente carruaje. A su encuentro, la familia Johann al completo.

-Sabía que iban a venir. -el viejo esbozó una media sonrisa que fue pasada por alto por todos, excepto por Sara.- Suban, queda un largo camino hasta su nuevo hogar.

Al llegar a la casa, todos la observaron con los ojos abiertos como platos. Era enorme. Tenía que tener por lo menos siete pisos, y encima de todos ellos, una azotea desde la que se podía ver toda la comarca. Pasaron los días, las semanas, los meses, y la familia Johann se sentía afortunada de haber conseguido salir de su antigua vida. Durante el día, el padre bajaba con el hijo mayor al pueblo para supervisar los pequeños negocios que habían formado con el dinero que les había prestado el viejo dueño de la casa, de manera desinteresada, mientras que la madre se quedaba en la casa haciendo la comida. En pocos meses, la familia Johann pasó de apenas tener dinero para vivir, a poder darse algún que otro capricho.

Pasó el frío, y una mañana de primavera los miembros de la familia Johann se levantaron al aviso de Tom; el viejo había sido hallado en la azotea, desangrado, junto a un puñal de plata. Todo apuntaba a que había sido un suicidio. Junto a él, una nota que decía:

Querida familia Johann. Ahora que estarán leyendo esto, mi cuerpo sin vida probablemente yazca bajo sus pies. Creo que es hora de que sepan la verdad.
Mi tatarabuelo fue maldito por un brujo, quien le dijo que viviría tanto como para ver morir a todos sus seres queridos, y cuando no le quedara nadie más, viviría en un estado de locura y sufrimiento hasta que una fuerza descontrolada terminara por llevarlo al suicidio, legando esa maldición en su sucesor.
Hace muchos años que yo perdí a mis seres queridos. Sin embargo, al no tener sucesor, la maldición no podía seguir su curso, por lo que yo vivía en ese estado de locura y sufrimiento. Necesitaba alguien en quien legar mi maldición y poder descansar en paz. Como sabía que Tom accedería encantado, lo elegí a él como blanco.
La única forma de librarse de la maldición es con un acto de generosidad, pero es inútil; mil veces intenté yo dar limosnas a los pobres y no conseguí deshacerme de esta.
Disfruta de mi legado, joven Tom.

La familia enmudeció al unísono. La madre comenzó a llorar, mientras todos se fundieron en un abrazo. "Saldremos de esta", le dijo el padre al oído. Pero lo cierto era que se temían lo peor. A la semana, el padre enfermó. A la madre se le cerró el estómago y dejó de comer. Los hijos vieron cómo quedaban huérfanos, en aquella enorme casa, a las afueras de la comarca. Cuatro de los hermanos decidieron abandonar la casa para evitar ser los siguientes. Tom no pudo hacer nada para detenerlos. En la casa quedaron el hermano mayor, Tom y Sara.
Fue en una gris mañana cuando, al despertarse, Sara vio que Tom no se encontraba en la casa. Se temió lo peor. De seguido fue a avisar a su hermano mayor, quien le contestó fríamente:

-Ayer estuve hasta tarde con él. Dijo que tenía una decisión tomada y que iba a acabar con todo esto.
-¡No! ¿Sabes lo que eso significa? ¡Va a poner fin a su vida! -explotó en mil lagrimas la pequeña Sara.- He de ir a buscarlo.
-A estas alturas, probablemente ya esté muerto. Es inútil. Además, no vas a ir tú sola en su busca.
-¡Pero tengo que hacerlo! -protestó Sara.
-¡No lo harás, y punto! -se enfadó el hermano.- Te lo prohíbo.

Esa misma tarde, Sara llenó su mochila, espoleó un caballo de la cuadra y partió en busca de su hermano Tom, desobedeciendo las órdenes de su hermano mayor. Al alba regresó, con el cadáver de Tom en brazos.

-Te lo dije, era inútil. -el primogénito permanecía a la entrada de la casa, de brazos cruzados.
-No fue inútil, hermano. -los ojos azules como el mar de Sara penetraron en la seca mirada de su hermano mayor.- Cuando llegué a nuestra antigua casa, Tom aún estaba con vida. Se serenó, me dio un abrazo y me dijo: "Sara, sabía que ibas a venir. Tras unas horas de darle vueltas a todo, he comprendido por qué aquel viejo hombre nunca pudo librarse de su maldición: dar limosna no es un acto de generosidad, es un burdo intento de plasmar su egoísmo. Voy a poner fin a todo esto. Por favor, reúne a tus hermanos y sed felices en la casa que a partir de hoy será vuestra. Este es mi acto de generosidad, mi sacrificio a cambio de una vida en armonía para los míos. Disfrutad la vida que yo no he podido vivir."

Y los dos hermanos se fundieron en un abrazo, entre sollozos.

-Saldremos adelante, por Tom.-susurró Sara.
-Por Tom.

JP

No hay comentarios:

Publicar un comentario